Sunday, May 18, 2014

Film Kaiju


Nofret se había ido.
Nadie nunca supo lo que salió mal.
Ni tampoco a donde fue, o si volvería. Quizás si tendría siquiera la posibilidad de regresar alguna vez. Los vestigios humeantes, las calles con escombros apilados y surtidores agua vertiéndose, eran solamente un mero recuerdo de su paso por ahí. Pero todo eso podría limpiarse, aunque tardara años.

Los gritos por otro lado, eran difíciles de olvidar. Aún en el aire empañado de polvo, quedaban grabados de manera muda. Como si, después de oir a tantas voces al mismo tiempo, ya no se pudiera escuchar otra cosa. En la memoria resonaban, y aun cuando afuera no había más que el sonido del mar. Todos seguíamos cubriéndonos los oídos.

Y el miedo.
Ya no tenía la intensidad del terror. Eso había sido durante días atrás, ahora era más como una presencia constante, sencilla y discreta. Se podía ocultar pero no negar. Siempre después de un huracán o un terremoto, cuando observas el suelo quebrarse, los techos levantarse volando, te queda esa certeza de que nunca más podrás dormir, pensando que eso no pueda volver a pasar cuando tienes los ojos cerrados. Ese miedo cubría a todos, se abrazaban, se rencontraban con familiares extraviados,  lloraban y se resignaban, sobrevivían como podían. Pero el miedo, jamás nos dejaría. 

Y el mar.
Nofret camino hacía el y lentamente se fue introduciendo, hasta que se volvió un pequeño punto en el horizonte y luego las aguas la cubrieron. En algún momento, ella fue una persona común, luego le aplaudimos y ella se convirtió en nuestra esperanza. Nadie consideró el gran peso de la responsabilidad, porque todos quisimos ser ella. Probablemente, desde los niños hasta los grandes, soñamos con portar ese uniforme ceñido y subir por el elevador con el casco en la mano. Nos vimos en esa cabina, llena de controles e indicadores que no entendemos. Todos jugamos, quizás en la ducha, que  al mover las manos, afuera enormes dedos de hierro responderían a nuestra voluntad, como si fuéramos el alma, de un poderoso ser.

Y ellos.
Nunca llegaron, nunca los vimos.
Los escuchamos rugir en difusos videos, vimos aterradoras siluetas aplastando barcos en mar abierto. Creímos lo que nos dijeron, que llegarían a las playas, cimbrando el suelo y demoliendo con rugidos y tenazas largas como un mantis. Qué súbitamente podrían atacar. Qué las constantes nieblas eran el preludio de su presencia y no había muro, techo o sótano que nos salvara. 
Excepto Nofret 
Nofret y el gran Kaiser.

El gran Kaiser
Para nosotros se convirtió en lo más cercano a un dios caminante. Si retrocedemos en el tiempo, no sería la primera vez que depositamos nuestra salvación en una enorme figura. Por eso muchas civilizaciones los hicieron de piedra y los dejaron junto a la playa. Nosotros lo hicimos de metal y silicio, de nuestros materiales más modernos. Todos gastamos y donamos lo más que pudimos, y durante los años que tomó construirlo, rezamos para que fuera suficiente. Todos vitoreamos desde una azotea, cuando lo vimos por primera vez, desfilar en medio de los edificios. Tan alto como la representación de todo lo que podíamos lograr, no había "más allá" en la tecnología. Una escultura viviente, a la humanidad. Un homenaje arrogante.

Y le dimos todos los recursos que teníamos a nuestro alcance.
Los gobiernos, los militares, nadie estuvo en desacuerdo. Nadie protesto, ni pensó en alguna otra alternativa. Todo cuando se dispara, se propulsa o se dirige a un objetivo con el fin de destruirlo, se le equipo al gran Kaiser. 

Y Nofret la elegida, la finalista de un concurso de 100, con el sólo propósito de protegernos.
 Pero desde que ella entró en esa cabina, y la aguja de enlace se insertó en su nuca, estuvimos condenados. ¿Quién iba a suponer que eso la desquiciaría? Que las constantes pruebas, y las drogas para mantenerla sincronizada con el Kaiser, le estaban causando una tremenda crisis. Si la psicosis comenzó antes, no lo sabremos.

Las alarmas sonaron, la neblina cubrió la playa
El Kaiser se elevo en la plataforma, en medio de los acorazados y el portaviones. 
Pero nada llegó del océano.
Nofret arremetió primero contra los barcos.  Para cuando los generales y almirantes entendieron, ya había muchas llamas y explosiones. Nofret siguió hasta pisar tierra y entonces comenzó a golpear edificios, disparo sus armas, aplasto carros, arranco casas y arboledas como cabellos. Apretó manojos llenos de gente y pareció como si estuviera pintando con las manos. Porque talló las palmas mecánicas contra los rascacielos, dejando enormes estelas de rojo. Pisoteó, incendió y sus motores no cesaron; ni sus cañones, ni su rifle de pulso. Vaporizó el rió, estrelló su frente contra ventanas y las llamas besaron al Kaiser.

Vinieron helicópteros, vinieron aviones con bombas. Nofret no se detuvo. En algún bunker, alguien desesperado presionó muchas veces un botón rojo. Pero el Kaiser no estalló ni se apago, siguió danzando y creando tormentas de polvo y vidrio. Algo grande y pesado, lleno de aeronaves se encajo en la plaza central y se convirtió en una antorcha gigante. Otro barco quedo atravesado en medio de un centro comercial y entonces Nofret simplemente siguió abriéndose paso en el mar. Quitando lo que le estorbara.

Nofret se fue.
Su titánica piel exterior se hizo un pequeño punto y se perdió.
¿A dónde van los monstruos?
Ahora entiendo. Ellos no necesitaban venir.
Ellos sólo esperan
Porque saben, que en otra ciudad, en otro puerto, en otra fábrica.
Militares y científicos están diciendo

-"Esta vez, lo haremos bien"

Finis Africae.

PD: la labor del Monstruo no es venir a atormentarte, no. Su labor es aparecer y con eso decirte "Despierta Hermano".
 


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