Era el gran
árbol
Gigante
con ramas que sostenían castillos y plazuelas
Una
ciudad de entretenimiento, exclusivo y reservado. No más allá de un
centro comercial para ellos, pero para nosotros el paraíso, si es posible que
se diera entre hojas y ramas.
Pero
accesar no era sencillo.
Nadie de
nosotros, mortales comunes sin la tarjeta-hoja podíamos pasar más allá de los
elevadores en las raíces. Pocos sin las orejas puntiagudas,
hubieron cruzado las puertas y quedaron maravillados con lo que vivieron.
Y con ese
cúmulo de anécdotas, novelizadas y ensalzadas con el condimento del
imaginativo, fuimos atraídos inevitablemente.
Una niña
elfa, "niña" quizás en apariencia a la que ayude por casualidad, en
una circunstancia fortuita, me dio su tarjeta en agradecimiento. Su
sonrisa delato su verdadera edad y sus palabras cargadas con una arrogancia
amable:
-"Ve
y disfrútalo, niño" -Y quizás niños estamos, puesto que solo viviremos una
vida y no varias en una sola existencia.
Las
puertas labradas en metal verdoso se cerraron y ascendimos por el colosal
tallo, a medida que el mapa de los poblados circundantes se iba haciendo
evidente; nuestras expectativas ansiosas también.
La enorme
entrada cortada en esmeralda se abrió y los guardias excelsos con sus cascos
estilizados nos dieron la bienvenida. Todo adentro era intrincado y sencillo y
maravilla era un adjetivo pobre. Habrá quizás miradas enfermas de escepticismo
que buscaran el truco, pero para los que conservamos un poco de asombro, eso
fue un festín a los sentidos.
Hasta
donde la vista me alcanzaba veía niveles y niveles construidos sobre las
enormes ramas. La arquitectura estaba tan mezclada con la naturaleza, que
parecía haber sido cultivada en lugar de construida. Pero había cristal, metal
y no sólo madera. Combinados de tal modo que era un desafío separarlos. La
perfección era un estándar y lo veíamos en todos lados; en escalinatas
automáticas cubiertas de hiedra, ascensores cristalinos cuyas runas encendidas
indican los pisos y departamentos. Y ellos, que en su mero andar y ceremonia
constituían un espectáculo.
Parecía
que uno estuviera percibiendo una sinfonía con los ojos, una melodía maestra en
armonía que se desbordaba en un orden preciso.
Ahí sentí
algo que nunca pensé:
¿Se
podría uno darse un hartazgo de belleza?, de ver desfilar cabelleras dóciles
como tela y cuerpos esbeltos. De ojos centelleantes y elegantes maneras. Quizás
en algunos momentos, nuestra tosca humanidad nos resultaba confortante. Algo
familiar a que aferrarnos. Poco a poco la idea de una mesa de madera con
grietas y despostillados me pareció entrañable.
En
nuestro mundo, ¿Cómo se podría conservar tan inmaculada la vida en el
torrente diario?. En un lugar tan banal como ese. Que aun entre lo superficial,
conservaba intacta una inocencia y respeto por el orden, que nos hacía sentir
sucios a nosotros.
Así avanzamos hacia los diferentes locales. Cada tienda, cada aparador era una obra maestra, un prodigio pequeño que formaba parte de un mundo demasiado fino para que manos humanas lo forjaran. Y eso le daba un sentido tan extranjero a lo que percibíamos. Nos sentimos pequeños y humildes, pero también el sentimiento que da el mezclar asombro con envidia.
Todo era incosteable para nuestras finanzas. Precios diferidos a varias centurias, para gente que rebasa los milenios y las arcas de cualquier humano acaudalado. Pero sabíamos que no íbamos a comprar algo en si, el ver, el vivirlo era ya de por si un gran evento, de una vez en la vida.
Vimos diosas caminando y saliendo de salones estéticos, de ceñidas cinturas y con altos tocados ondulantes al compas de sus voces. Entramos a una tienda de música, donde los cantos y acordes se guardaban en gemas que confeccionaban tiaras y pulseras. Una mujer, que ponía una peineta y su cabello se tensaba en un arpa iridiscente, y así ella otros formaban un cuarteto.
Camine por las avenidas donde vendían capas que se dividían en alas majestuosas y chaquetas que mediante un botón, se conformaban en armaduras relucientes y regias. Capuchas y telas miméticas cuyos motivos pueden regularse de acuerdo a las estaciones. Trajes de etiqueta que no se ensucian, con tonalidades que recorrían todos los grados de verde y violeta; hasta azules intensos que se volvían discretos a voluntad. Algunos vestidos que parecían estar hechos de luz pura, con modelos que parecían ser poesía viviente.
Quería anotar todo en mi mente, guardar cada imagen, cada color y forma ingeniosa. Pero mi memoria humana, quizás sólo pueda traer de regreso fragmentos solamente.
En este entendimiento me guie por mi gusto y entre a una tienda deportiva, que sólo se especializaba en ballestas. Con mis ojos grabando cada instrumento y aquí el ingenio era leyenda en sí. Pregunte al dependiente algunos modelos. Dijo algunas cosas en su lengua que interprete como “¿Qué estas buscando?” aunque no estoy seguro. Al ver que no lo comprendía hablo en lengua común.
-Tenemos ballestas especiales, para dragones de todos tamaños, para grifos dependiendo si sólo quiere domarlos o no. Estas son auto recargables de tres arcos, y disparan 1000 saetas antes de que la primera llegue al blanco. Muy útiles en el Bosque Negro, las puntas son luminosas y emiten durante varias horas. También están las especiales, anti-arañas. Vera que tienen un seguidor de veneno y evaporan el pegamento de la tela.-
Inmóvil no me atrevía a preguntar, sólo quería seguir conociendo.
-Mire, sienta el peso de esta otra. Para los humanos son especialmente divertidas por que las cuerdas son de cuarzo y lo que hacen es concentrar una vibración en un punto. La flecha es básicamente ultrasonido. Para ustedes le añadimos unos lentes de plata que perciben las vibraciones. De esta manera errar le será imposible-
En cuanto la tuve en mis manos, me imagine invencible totalmente. ¿En que momento la magia se hizo tecnología que nadie lo noto? o quizás las dos cosas fueron lo mismo siempre y nuestra incomprensión intento dividirlas. Pensé si el tendero sabría que ni en un millón de años podría terminar de pagarla, y si así era ¿para qué se molestaba en enseñarme?.
-Gracias- le dije y le devolví el artilugio. Mi rostro apenado dibujo una sonrisa en su cara.
-Bueno, no te puedo dejar ir así nomas- Me dijo -Igual tengo algunas muestras de prueba. No son como estas pero bueno, no es educado dejar que un cliente se marche decepcionado. Tenemos la política de que quien venga a buscar algo, lo encuentre.-
Tomó una caja de más arriba y la abrió.
Adentro había algo que parecía forjada en cromo negro-azulado. Venía montada en una culata de madera violeta laqueada. Los brazos del arco se extendían y se contraían como si fueran las alas de dragón, uno vivo. Y de hecho algunas levas que tensaban cuerdas extras, daban precisamente ese aspecto de ala dentada. Terminaba en dos cañones que recordaban cabezas cornadas de reptil. El elfo la armó rápidamente con habilidad y me mostro un botón de seguro.
-Aquí esta armada y presionándolo de nuevo, queda en modo automático. Puedes cargar hasta 50, aunque bueno las saetas son de obsidiana y se vuelven incandescentes en cuanto salen. No es mucho, en comparación con los modelos militares, pero esos no los vendemos aquí. Nos está prohibido. Te voy a dar dos cajas, unas son especiales y se fragmentan en dardos. Lamentablemente el manual sólo viene en Sindarin y en Quenya. Así que procura nunca tocar las puntas con las manos desnudas, o perderás los dedos.-
Me quede perplejo. ¿Me la estaba regalando?- Mi cara de sorpresa provocó aun otra sonrisa más sarcástica.
-Hazañas, mi estimado. Las hazañas son la mejor promoción para nosotros, y pues pienso que para eso entraste aquí. Digo, para que otra cosa vendrían humanos a mi tienda. Les tiemblan las manos en cuanto observan, quieren salir de aquí y conquistar su pedazo del mundo- Me miro con una expresión que no entendí, pero que suponía una acusación en cierto modo.
-Así entonces, me diste una oportunidad en cuanto te vi y bueno ¿Por qué no?- Seguido metió el arma en su caja labrada y luego acomodo dentro de una bolsa de piel. Marcó la tarjeta hoja y me la devolvió, indicándome que podía llevármelo sin problemas-
Incrédulo y con el corazón latiendo furioso intente darle las gracias. Sin tenderme la mano hizo un ademán sutil con la cabeza y se volteó a atender a otra persona. Salí del local caminando rápido, pensando que pronto se arrepentiría y me sentí en un estado de sueño.
Encontré a mis amigos en el corredor de comida, deleitándose con algunos postres-fruta, que se cultivan ahí mismo. También muestras, por supuesto. Note algo curioso, todos ellos presumían adquisiciones. Algunos otros las ocultaban y las miraban discretamente. Dagas magnéticas, con centellantes gemas. Un escudo plegable de escamas de metal ligero que fácilmente se reacomodaba en un cinturón elegante. Una amiga sostenía una rosa cuyos pétalos eran la empuñadura de un estoque largo, que despedía arcos voltaicos. Hermosas, ingeniosas pero mortales. Todas nuestras muestras gratis, todos nuestros regalos eran armas.
Ahora entiendo como mantienen los elfos su pureza.
Finis Africae
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