Ángela Kaufman, nunca pensó en las repercusiones de tener un romance fuera de su matrimonio. Bueno, no las repercusiones típicas que suenan en las bocas de los que se dicen defensores de la moral. A veces uno no se sabe pendiente de un abismo, si no puedes notar que estas parado en un borde lleno de acantilados agudos.
Pero Ángela ya estaba a un paso de ese precipicio desde antes de conocer a Rodro, sólo que nunca se tomó la molestia de mirar hacia abajo.
Rodro no era la clase de seductor mundano típico que aparece frecuentemente en los sueños de telenovela. Ni siquiera podría uno predecir algún torrente de pasión desenfrenada debajo de esa mirada curva evitando ojos pasajeros y los comentarios personales. Tan introvertido que sin dificultad podría disolverse entre la multitud y sin algún afrodisíaco material como sería una gran cuenta bancaria o un curvilíneo automóvil.
Podría decirse que no era más atractivo que la persona junto o detrás de el en un cine repleto.
Pero Rodro tenía una magia oculta tras la odiosa casualidad de su figura, una orgía de alabanzas y devoción que hacían sentir a la mujer como una diosa encarnada en vida. No era algo pasional o simple capricho sexual, lo que el joven provocaba en ella. Más que un sentimiento era una especie de proceso fisiológico que siempre hubo estado guardado entre sus muslos, esperando la madurez para detonar en una jugosa explosión liquida.
Era más parecido a una reacción alérgica y apabullante, que la ahogaba en deliciosas endomorfínas y no existía ninguna cura o previsión que pudieran evitarla.
Así mismo, como un gen cargado con un cáncer fulminante espera su momento para esparcirse por el cuerpo, en algún punto determinado de la vida. Tal era el sentimiento que Rodro le provocaba cuando la tocaba.
Las avenidas se hacían eternas en los semáforos y ella ya podía sentir la picazón del libido sobre su abdomen. Siempre acordaban verse en una zona de condominios lejos del caldero de sonidos que emitía la ciudad. No demasiado apartada, no demasiado visible, un punto intermedio entre las vidas de ambos, la única intersección hambrienta entre 2 esferas totalmente distintas.
No era lujoso.
Tampoco era austero. Podría tener cucarachas, pero no se podía catalogar como sucio. Era de un común y corriente tan conveniente, que podría convertirse en un lienzo blanco para que ellos plasmaran obscenas pinturas de si mismos.
Les pertenecía y sin ellos acurrucados tocándose, el departamento era un cuerpo sin alma. Muerto hasta que hubiera prendas por esparcidas por el suelo y la bolsa de mano sobre el gastado lavamanos de mármol.
- Voy a dejarte- Decía Ángela, sabiendo que sería inútil, pero le divertía saberse atada a algo más fuerte que su voluntad.
- Bien, nos despediremos y no volveremos a vernos-
- Si- Y una sonrisa juguetona invitaba a la contradicción
- Es cierto, esta vez simplemente no volveremos aquí- dijo Rodro.
- No podrías, nunca podrías dejarme- aunque era ella la incapacitada.
Un silencio que no debió prolongarse más de unos segundos detono una oleada de temor en la nuca de la mujer.
- ¿No puedes verdad?- La pregunta era una suplica
Rodro sonrió débilmente, su habitual melancolía no permitía sino un pobre dibujo de una sonrisa.
- No, no puedo aunque quisiera- y eso la tranquilizaba como una droga para sedar caballos.
-Cuéntame una historia.- Decía ella y así comenzaba el juego.
El joven poseía una voz única para la narración, tomaba algunos minutos en alcanzar su cima, pero al llegar ahí la cadencia de la palabras con el tono eclipsaba cualquier otra fuente de luz o sonido en ese cuarto. No era su dicción normal, la que usaba para comunicar unas pocas frases necesarias en sus mediocres días.
Las imágenes surgían de su boca como figuras de humo en un caldero ardiente.
- Los Ahogados que yacen en el abismo, salen para alimentarse de luz. Te buscan, te desean, quieren palparte, y con sus dientes invocar en tu piel a los dioses más perversos. Los que llevas dentro, los que tienes miedo en dejar salir. Te encontraran pronto, mañana en algún momento inadecuado, incomodo y no puedes escapárteles. Son negrura, son vórtices de hambre y aunque supliques; tu cuerpo se elevara, girara boca arriba y sus uñas-aguja ya estarán sondeando tu vulva y pronto tus órganos internos.
Tu eres su ostia
Tu lujuria es una invitación abierta a comulgar.
Cada noche los invocamos aquí.
Somos iniciados en la hechicería de la carne. Acólitos del Instinto.-
La piel de Angela ya transpiraba
Como te desean
Sus dientes tiemblan, en evocaciones hacia tu cuerpo.
Atarte, atarte, violarte y después ahogarte en vértices de sadismo carnal.
Y los dedos de Rodro alcanzaban los muslos y de ahí hacía la cascada de entre sus piernas. En segundos ya eran murallas de carne fusionándose.
El piso de duela se bebía gustoso el sudor y todo cuanto se derramara ahí.
Los Amantes eran el corazón palpitante y las paredes crujían cuando la atmósfera interior se ponía tibia, las tuberías como venas resonaban y transportaban gemidos placenteros.
El departamento vivía de nuevo.
No comments:
Post a Comment